Por Rabino Ramy Avigdor, director del Centro Kehila
Mientras escribo estas líneas se acercan los días de duelo por la destrucción del Gran Templo de Jerusalén, episodio que culmina con nuestra expulsión a la diáspora, un exilio que ya ha durado casi dos mil años. En este largo período de la historia hemos vivido muchos prejuicios, persecuciones, daños morales, materiales y físicos. Sin embargo, durante todo este tiempo, mientras más nos oprimían, más nos unimos, más ayudábamos unos a los otros, más rezabamos y más actuabamos por el bienestar de cualquier judío en cualquier lugar del mundo.
Hoy en día el mundo ha cambiado, algunos siguen odiándonos (unos abiertamente otros no) pero ya no somos el “pueblo perseguido”. Hoy nuestro principal enemigo no es el antisemitismo. Vivimos en un momento histórico en que D´s, con su infinita misericordia, nos ha regresado a la tierra de nuestros patriarcas, a la tierra de Israel, y de repente se revela una asustadora realidad: ¡Nuestro enemigo no está afuera, sino que dentro de nosotros mismos! Nuestro verdadero enemigo no tiene ejércitos ni tanques, el no aparece en los medios de comunicación incitando al mundo a atacarnos. Nuestro verdadero enemigo actúa en silencio, adentro, muy profundo, en nuestra alma. Nuestro verdadero enemigo se llama ODIO GRATUITO.
El estudio de la historia según la perspectiva judía
Existen dos formas de relacionarse al estudio de la história. En las universidades en general e incluso en muchos marcos judíos, el estudio del pasado tiene por objetivo aprender de los errores de nuestros ancestros para que podamos evitarlos en el presente. Según esta filosofía, el pasado debe servirnos como un libro que fue escrito con la sangre de quien lo escribió, y aquél que no lo lee está destinado a escribir un capítulo más del mismo triste cuento. Es común oír que hay que estudiar los temas del holocausto, para que tal tragédia no se repita. Nosotros miramos al pasado de un punto de vista de quien está por afuera de las situaciones analizadas. Es como si existieran dos dimensiones totalmente distintas, la dimensión del pasado y la del presente.
En la segunda forma, el estudio del pasado tiene por objetivo darnos las herramientas para un profundo análisis del presente. Según esta filosofía, ya que sufrimos hoy de los mismos males que ocurrieron originalmente en el pasado, el presente y el pasado se mezclan entre sí. Nosotros miramos al pasado de un punto de vista trascendental en relación al tiempo, analizando los factores comunes entre nuestra realidad y la pasada. No estudiamos hechos históricos, sino que los motivos eminentes que ocasionaron tales hechos y que persisten en el presente.
Según esta perspectiva, no hay dos dimensiones, sino que una sola dimensión que nos une al pasado, haciéndonos ver nuestras vidas, del punto de vista metafísico y humano, como una repetición del pasado no más que en otro escenario. Cambian las circunstancias, pero no los valores involucrados. A pesar del increíble desarrollo tecnológico, el ser humano no ha evolucionado en términos de su esencia. Es decir, los mismos dilemas morales y éticos si repiten en diferentes épocas y en diferentes lugares.
En este sentido el estudio de la história tiene el propósito de reflejar nuestra propia realidad en otros personajes y otro escenario, permitiéndonos analizarnos a nosotros mismos de una forma más objetiva. Cuando estudiamos historia de esta forma, es más fácil identificarnos con determinado personaje, pues de hecho vemos a nosotros mismos, reflejados en él. Esto nos motiva a crecer pues vemos que una persona común y corriente como nosotros, pudo superarse hasta llegar a cambiar el mundo. Vemos personas reales, con sus virtudes y defectos, así como somos nosotros.
Los ayunos en el Judaísmo
Esta es la forma que el judaísmo estudia y aprende de la história, como dictamina el Rambam (Maimonides):
“Hay días que todo Bnei Israel ayuna en ellos por causa de desgracias que les acontecieron a nuestros padres para poder “despertar” los corazones, abrir los caminos hacia la Teshuva. Y es esto recuerdo para nuestras malas acciones y las de nuestros padres que fueran como nuestras acciones hoy, hasta que por ellas (las acciones) nos acontecen las mismas desgracias tanto a ellos como a nosotros. Y es con el recuerdo de esas cosas, que volvamos a hacer el bien (al prójimo), como fue escrito: “y confesarán su pecado y el pecado de sus padres”. (Leyes de ayunos 5:1).
En el judaísmo no ayunamos como recordación de las desgracias del pasado, no ayunamos por la destrucción del Templo, sino que ayunamos por el motivo que llevó a su destrucción, el odio entre nosotros mismos … Sinat Jinam … El odio gratuito. Este motivo no es cosa del pasado, este odio sigue amenazando nuestro pueblo por dentro.
Con lágrimas en los ojos miro a los cielos y grito silenciosamente en mi corazón ¿Ad Matai? ¿Hasta cuando?
Pero la respuesta no está en los cielos, allá D´s mismo llora por nuestra desunión. La respuesta está en nuestras manos. Es hora de hacer algo, es hora de borrar los chismes de nuestra habla, cambiar el desprecio, desconfianza, intolerancia e enemistad por el respeto mutuo, empatía, amistad y hermandad. Ya es hora de difundir el más puro y desinteresado amor, el AMOR GRATUITO.
Es por este motivo que ayunamos: para aprender de las históricas elecciones del pasado, cómo vivir el presente y planear nuestro futuro. Unirnos en reflexión y pedir por la piedad de D´s que nos ilumine y nuestras familias con la paz, el compañerismo y el amor entre todos nosotros.
Al cumplir con los ayunos en forma cabal y sincera, o sea, como medio de reflexión para el retorno a D´s y a Sus valores espirituales y éticos, abrigamos la esperanza del cumplimento de la profecía:
“Se convertirán estos días de luto y tristeza en días de alegría”
“Todo el que se apena por la destrucción del Templo, verá con alegría su construcción”
Imágen: Yosef Silver, Licencia: https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/
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