Por el Dr. Yitzhak Calafi para el Centro Kehila
Podemos leer las noticias mundiales y ver la guerra en Oriente Medio, países africanos y asiáticos, pero la guerra en si no es nada nuevo, la historia de la humanidad se podría resumir en la narración de cómo se ha desarrollado la conflictividad entre los pueblos y su total falta de fraternidad. Se calcula que nunca ha existido un periodo de ausencia de guerra en toda la tierra, siempre en algún lugar del globo terráqueo ha habido conflicto bélico, y normalmente éste se ha hecho entre países fronterizos y cercanos. Naciones guerrean contra otras considerando que no son sus hermanas, ya que les separan etnias, religiones, ideologías, intereses económicos, idiomas, o cualquier elemento diferenciador; resumiendo consideran que no son naciones hermanas. Así cuando se produce una guerra en un mismo país se la califica de guerra civil, como la Guerra Civil norteamericana (1861-1865) o la española (1936-1939) pero cuando se da un conflicto bélico entre pueblos diferentes se considera de guerra entre naciones no hermanas. Así mismo lo creía el filósofo griego Platón (427-347 antes EC) que diferencia los conceptos de “guerra y discordia” en su libro La República y considera que es “normal” la guerra entre extranjeros y es parte de la naturaleza humana, pero la guerra entre cercanos es “enfermedad”. [1]
En La República, capítulo II, 360d, Platón asegura no creer que los seres humanos estén “naturalmente” inclinados a vivir juntos pacíficamente: “En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda muchas más ventajas individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría. Y si alguien, dotado de tal poder, no quisiese nunca cometer injusticias ni echar mano a los bienes ajenos, sería considerado por los que lo vieran como el hombre más desdichado y tonto, aunque lo elogiaran en público, engañándose así mutuamente por temor a padecer injusticia”.
La guerra formaba parte natural de la vida, Platón dio comienzo a su última y más larga obra “Las Leyes”, ensalzando al antiguo legislador de Creta por la manera como preparaba a la comunidad para la guerra, puesto que, a lo largo de la vida, debían todos sostener siempre una guerra contra todas las demás polis. [2]
Con respecto a la guerra propiamente dicha el filósofo griego Aristóteles (384-322 antes EC) coincide en muchos puntos con Platón, pero tiene una visión más naturalista y menos trágica del conflicto que su maestro y dirá “Por otra parte, toda la vida se divide en trabajo y ocio, en guerra y paz…” [Aristóteles. Op. Cit., L.VI. pp.138]
Asegura Aristóteles en su libro Política, VII, XIV, 1334a que “el único propósito de la guerra es restaurar la paz, de igual forma que el primer objetivo del trabajo es alcanzar el reposo, el sosiego”. [3] Añadirá Aristóteles en “La práctica de la guerra no se debe hacer por esto, para convertir en esclavos a pueblos que no son dignos de ello, sino primero para evitar ellos mismos ser esclavos de otros, luego para buscar la hegemonía con el fin de beneficiar a los gobernados”. La guerra es, para Aristóteles, un medio violento para obtener y defender el derecho de una ciudad. Solamente puede justificarse por su finalidad. “El fin de la guerra es la paz”. [4]
El filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679) afirmó que la humanidad siempre ha estado y estará en conflicto permanente. Según el filósofo judío alemán Karl Marx (1818-1883) desde el momento que apareció la propiedad privada no ha existido un momento de paz en la tierra. De facto la propiedad privada aparece desde el inicio de la aparición del ser humano: mi mujer/mis mujeres, mi esposo, mi/s hijo/s considerados como propiedad privada. El pensador y militar alemán Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz (1780-1831) afirmó que “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios.”
El gran estratega chino Sun Tzu (en el período de los Reinos Combatientes 476-221 antes EC) en su libro “El arte de la guerra”, frecuentemente utilizado en la actualidad, debido a que sus enseñanzas son aplicadas en muchas otras áreas donde esté latiendo un conflicto de intereses de diversa índole, afirma que: “La guerra es un asunto de importancia vital para el Estado; un asunto de vida o muerte, el camino hacia la supervivencia o la destrucción. Por lo tanto, es imperativo estudiarla profundamente” y la máxima aspiración se basa en “Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”, en absoluto la paz, sino la sumisión de una nación por otra.
Ideal profético de los Nevi’im de Israel
Totalmente diferente a lo anterior es el ideal profético –de los profetas de Israel-, éste es la paz, no únicamente la ausencia de guerra, sino la fraternidad entre los pueblos, en la que el pueblo grande no oprima ni domine al pequeño, lo que se dará en la época mesiánica, en la que los seres humanos no se prepararán para la guerra y las armas se transformarán en tecnología para mejorar las condiciones socio-económico y sanitarias de la humanidad.
Según el judaísmo hay un número preciso de nacionalidades: setenta. La lista de las naciones surgidas de Noah, padre de toda la humanidad, y enumeradas en el libro de Bereshit se eleva a setenta. Es la misma cifra a la que hace alusión el pasaje bíblico del cántico de Moshé: Cuando el Altísimo repartió heredades a las naciones, cuando separó a los hijos del hombre, estableció las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Israel. [Devarim 32:8] El texto bíblico alude a los setenta descendientes de Yaacov que junto con él bajaron a Egipto [Shemot 1:1-5].
El primer Consejo Supremo instituido por Moshé en Israel, como más tarde el Sanedrín estaba compuesto de setenta miembros.
Estos pueblos cuyo número es fijado por el Eterno deben ser recíprocamente solidarios en el seno de la humanidad como lo deben ser todos sus miembros en su propia existencia individual, siguiendo la máxima bíblica de “Amarás al prójimo como a ti mismo, Lo ordeno Yo, el Eterno” [Vayikrá 19:18]
El ideal profético de Israel
En el ideal profético de Israel, cada pueblo de la humanidad, teniendo características particulares y representando una idea distinta, desarrolla en la tierra un área de actividad propia y singular, en la que sus capacidades deben desenvolverse en toda su potencia, y todos los pueblos juntos y en armonía unidos por la comunidad de objetivos y deberes cooperarán para la plenitud y perfeccionamiento de la vida en la tierra, y la constitución de la humanidad de la que son los elementos necesarios. A pesar de las diferencias étnicas y culturales, queridas por el Altísimo desde el principio, todos se integrarán en un plan único y absolutamente solidario, como un organismo humano. El tipo al que corresponde para el hebraísmo el mundo de las naciones que se reparten y pueblan la tierra es el tipo de familia. La tierra devendrá la morada de esa familia que es la humanidad, cuyo Padre es el Eterno.
El judaísmo considera a todos los hombres hijos de D-s, independientemente de la nación que proceda cada ser humano: Un hijo honra a su padre, y un siervo a su amo. Si Yo soy Padre, ¿dónde está Mi honra? Y si Yo soy Amo, ¿dónde está Mi temor?, dice el Eterno [Malají 1:6]. David llama a D-s “el Padre de los huérfanos” [Tehilim 68:6]. El amor de D-s por quienes lo temen es comparado con el amor del padre por sus hijos: “porque El Eterno corrige al que ama, como un padre al hijo que ama”. [Mishlei 3:12].
“Oh Eterno, eres nuestro Padre”, exclama el profeta Yeshayahu, y para que no se crea que sólo se trata de Israel, Yeshayahu añade: “Somos la arcilla y Tú eres el que nos ha formado, todos somos la obra de tus manos”. [Yeshayahu 64:7].
Forma parte de la tradición hebrea dar el nombre de hijo de D-s a los hombres más eminentes. Así se dice de Shlomo HaMelej: “seré para él un padre, y será para mí un hijo” [Shmuel II: 7:14]
Todos los pueblos sin excepción son llamados los hijos de D-s: “Pero Yo dije: ¿Cómo te situaré entre Mis hijos dándote un país de delicias, una herencia y el más bello ornamento de las naciones? Y agregué: Me llamarás Padre mío, y no te desviarás de ir en pos de Mí”. [Yirmiahu 3:19]
En el judaísmo D-s no sólo es considerado un padre, sino también como una madre
Dice Moshé en Devarim 32:11-12: “similar al águila que despierta a su nidada, que revolotea sobre sus pequeños, despliega sus alas, los toma y los lleva sobre sus plumas, sólo en Eterno conduce a Su pueblo”.
Yeshayahu dice, imitando ese lenguaje: “Como pájaros que despliegan sus alas sobre su nidada, así el Eterno de los ejércitos extenderá su protección sobre Yerushalayim, protegerá y liberará, cuidará y salvará” [Yeshayahu 31:5]. También dirá “Pero dice Sión: El Eterno me abandona, el Señor me olvida”. ¿Olvida una mujer al hijo que amamanta? ¿No siente piedad por el fruto de sus entrañas? Incluso si ella lo olvidase, Yo nunca te olvidaré”. [Yeshayahu 49:14-15].
Y dónde encontrar mayor dulzura materna que estas palabras de Yeshayahu 66:12-13: “Seréis llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hombre al que su madre consuele, así os consolaré Yo; seréis consolaos en Yerushalayim”.
La calificación de primogénito dada a Israel: “Israel es Mi hijo, Mi primogénito” [Shemot 4:22] representa la consagración y coronación de la creencia hebrea en la universal paternidad de D-s. El título de “Primogénito de D-s” supone la existencia de otros pueblos que son igualmente hijos de D-s, y evoca además precisamente la idea de una familia y consecuentemente debe entenderse en el sentido de sacerdote familiar, por ser el primogénito encargado, en la sociedad antigua en general y en la familia israelita en particular de una misión sacerdotal en relación a sus hermanos. La función especial concedida a Am Israel es el complemente religioso necesario para la constitución de la gran familia humana en al que todos los pueblos son hermanos. El profeta Amós llama hermanos a todos los pueblos antiguos y reprocha a los que cometen injusticias contra los otros de olvidar el vínculo fraternal que los une.
Todos los confines de la tierra se acordarán del Eterno y volverán a Él, y todas las familias de las naciones te adorarán. Porque el reino es del Eterno y Él rige las naciones. [Tehilim 22:28-29].
Es una mitzvá para nosotros, los yehudim, para la consecución de todo lo esto que seamos realmente un pueblo de sacerdotes y una nación santa, apartada para el Eterno: Escuchad ahora Mi voz y guardad Mi Pacto. Seréis para Mi propiedad preciada entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Y seréis para Mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo [Shemot 19:5-6]. Hemos sido separados de entre todos los pueblos de la tierra para ser Su herencia, como dijo por medio de Moshé Su siervo, cuando sacó a nuestros padres de Egipto, el Eterno, nuestro D-s. [Melajim I: 8:53]
Que nuestras vidas sean la de sacerdotes del Altísimo y nuestra Nación, Am Israel, sea santa ante el Eterno para el Shalom total y la redención final de la humanidad.
Ame´n ve amén.
NOTAS
[1] El texto platónico dice: “… son también dos cosas diferentes, que se relacionan con diferentes objetos. Me refiero, por una parte, al ámbito de lo doméstico y allegado; por otra, al de lo ajeno y extranjero. Así el nombre de la discordia se aplica a la enemistad entre allegados, y el de guerra a la enemistad entre extranjeros. (…) Sostengo que los de raza griega son parientes y allegados entre sí, y que son en cambio, ajenos y extranjeros para los bárbaros (…) Por lo tanto, cuando los griegos luchen con los bárbaros y los bárbaros con los griegos diremos que están en guerra y que son enemigos por naturaleza, y será preciso dar el nombre de guerra a esta enemistad; pero cuando luchen griegos contra griegos, hemos de afirmar que son en verdad amigos por naturaleza, pero que Grecia se halla circunstancialmente enferma y dividida y será preciso dar el nombre de discordia a esta enemistad”.
[2] M.I. Finley, Los griegos de la antigüedad Editorial Labor S.A., Barcelona, 1975, pp.65
[3] “En cuanto a que el legislador debe interesarse sobre todo por disponer la legislación referente a las cuestiones de guerra y las restantes, buscando el descanso y la paz, los hechos vienen en apoyo de las palabras, pues la mayoría de tales ciudades se mantienen a salvo mientras luchan, pero cuando han adquirido su poder sucumben. Y es que pierden el temple igual que el hierro al vivir sosegadamente; de esto el responsable es el legislador por no haberlos educado para poder descansar» (Aristóteles, Política, VII, XIV, 1334a).
[4] Aristóteles, Política, VII, XIV, 1333b, 1334a
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