Por: Rav Iejiel Chilevsky
“…Cuando hizo retornar el Señor el cautiverio de Tzion, éramos como soñadores” versa el Salmo. Realmente durante los largos y duros siglos de exilio era únicamente un sueño, inalcanzable. Los pioneros y fundadores del Estado de Israel, no eran más que un puñado de soñadores que trabajaron y lucharon para que ese sueño se haga realidad, en contra de todas las posibilidades. Hoy celebramos sesenta y seis años de esa realidad. Razones para celebrar no faltan.
A partir del momento en que nació el pequeño Estado de Israel, no tuvo
ni un solo día de respiro y ha logrado sobrevivir contra todo pronóstico. Si solamente hubiese logrado sobrevivir ante la hostilidad del mundo árabe y absorbiendo a millones de inmigrantes, –Dayeinu-, nos bastaría, pero no sólo ha sobrevivido. Israel ha alcanzado más logros en ciencia y tecnología, medicina y agricultura, que países mucho más antiguos, con mayor población y mejores recursos, los cuales observan con admiración.
Sin duda estamos celebrando un fenómeno fuera de lo común que merece ser analizado. Una mirada un poco más detallada de la existencia de nuestro pueblo, quizás nos ayude a entender la magnitud de los hechos.
Mark Twain escribía a finales del siglo XIX: “Los egipcios, los babilonios y los persas, surgieron, llenaron el planeta de ruido y esplendor, para luego desvanecerse en un pesado sueño y desaparecer; siguieron los griegos y los romanos, e hicieron gran estruendo y ya no están; otros pueblos han surgido, y sostuvieron sus antorchas en los alto durante un tiempo, pero se apagaron y ahora o descansan en el crepúsculo o han desaparecido. El judío los vio a todos, los venció a todos y ahora es lo que siempre ha sido, sin mostrar ningún indicio de decadencia, de deterioro por el paso del tiempo, de debilidad de sus miembros, de disminución de sus energías, de embotamiento de su mente despierta y lúcida. Todo es mortal a excepción del judío; todas las otras fuerzas pasan, pero él permanece. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?
Unos años más tarde, en 1908, salía publicado un artículo de Leo Tolstoy en el que expresaba: “El judío representa el emblema de la eternidad. Él, a quien ni la masacre, ni la tortura durante miles de años pudo destruir; él, a quien ni el fuego ni la espada ni la inquisición pudo borrar de la faz de la tierra, él, quien fue el primero en presentar los oráculos de Di-s; él, quien durante tanto tiempo ha sido el guardián de la profecía, y quien la ha transmitido al resto del mundo; una nación semejante no puede ser destruida. El judío es eterno como lo es la eternidad misma.”
Se cuenta que el rey Luis XIV pidió al filósofo Blaise Pascal una prueba de la existencia de una fuerza sobrenatural en el mundo. -¡Los judíos, su majestad, los judíos! – respondió Pascal. Desde un punto de vista lógico, es muy difícil entender como el pueblo de Israel sobrevivió dos milenios de exilio siendo un pueblo pequeño, disperso y perseguido. Más difícil aún, es entender cómo logró este pueblo resurgir de las cenizas del Holocausto y reconstruir su país. Hoy probablemente respondería Pascal: ¡El Estado de Israel, su majestad, El Estado de Israel! Continuando con esa línea de pensamiento, expresó el ex-presidente francés, Nicolás Sarkozy, que la re-creación del estado soberano judío es el milagro del siglo XX.
Debemos saber que somos miembros de una generación privilegiada que tiene el mérito de ver con sus propios ojos lo que por siglos, generaciones de judíos no podían sino soñar, anhelar o rezar que se cumpla lo escrito en la Torá: “Aun cuando tus desterrados estuvieren en los confines del mundo, de allí te recogerá el Señor, tu Di-s y de allí te tomará y te traerá hacia la Tierra que poseyeron tus padres y tú la poseerás y Él te hará bien y te multiplicará más que a tus padres.”. (Deuteronomio 30: 4-5)
Debemos recordar, como pueblo, de donde venimos y hacia donde vamos. Venimos de la tierra de Tzion y Yerushalaim y hacia allí vamos; o volvemos para ser exactos. Esa es la esencia de la historia del pueblo judío, que partió al exilio y regresó a su tierra. En 1966, el escritor israelí Shmuel Yosef (Shai) Agnon, expresó en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura: “como resultado de la catástrofe histórica en la que Tito de Roma destruyó Yerushalaim e Israel fue exiliado de su tierra, yo nací en una de las ciudades del exilio. Pero en todo momento me he visto a mí mismo como quien ha nacido en Yerushalaim”. Todos, en definitiva, pertenecemos a Yerushalaim.
Somos una generación privilegiada porque somos parte de un gran proceso. Estamos regresando a nuestro lugar de origen, a nuestro hogar. Israel es hoy en día la comunidad judía más numerosa del planeta y la tendencia indica que muy pronto la mayoría del pueblo de Israel estará viviendo en su tierra.
“No te prometemos un jardín de rosas” anunciaban los carteles de la Agencia Judía. No pretendemos insinuar que todo es color rosa en nuestro pequeño estado, Israel lejos está de ser un país perfecto. Hay mucho que corregir, mucho que mejorar y mucho por hacer, pero al hacer un alto después de sesenta y seis años y mirar hacia atrás, hay suficientes razones para alegrarse y agradecerle a Di-s.
“…Cuando hizo retornar el Señor el cautiverio de Tzion, éramos como soñadores. Entonces se llenó nuestra boca de risa, y nuestra lengua de cántico; entonces dirán entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho el Señor por ellos! El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, por ello nos alegramos. Haz retornar Di-s nuestros cautivos, como los arroyos en el Negev. Los que siembran con lágrima con regocijo cosecharán”. (Salmo 126: 1-5)
Debemos seguir sembrando con esfuerzo para cosechar con alegría también en los próximos años. ¡Mazal Tov Medinat Israel!
Imágen: PINN HANS, G.O.P
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