Por: Dr. Yitzhak Calafi
Imagen: Bundesarchiv, Bild 146-1970-005-28 / CC-BY-SA 3.0 [CC BY-SA 3.0 de (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/de/deed.en)], via Wikimedia Commons
El nazismo alemán transformó grandes zonas europeas en desiertos, destruyó capitales y cientos de ciudades, redujo a cenizas decenas de miles de pueblos y aldeas y segó millones de vidas humanas. Los nazis cometieron brutales atrocidades contra seres humanos y su patrimonio cultural. Los crímenes nazis fueron tan inhumanos, tan contrarios a la razón y fue tan enorme la destrucción que todo ello es aún objeto de análisis filosófico y religioso.
La siniestra y sanguinaria tormenta de muerte y destrucción que asoló Europa fue cobijada y avalada en los discursos de la teoría de las razas y del espacio vital necesario para el pueblo alemán, uno de los más cultos del mundo en su época. Los líderes alemanes convirtieron los principios demagógicos de la división entre las razas, el odio racial, la superioridad racial y los privilegios raciales en el fundamento del partido y el Estado nazi. La “raza alemana” -“la raza de los señores”- fue elevada en la cúspide de la pirámide racial, le seguían los anglosajones, considerados inferiores, por debajo las razas latinas, aún inferiores y los eslavos eran la base de la pirámide, “la raza de los esclavos”, los negros eran considerados simios con forma casi humana, y “la raza judía” en contraposición a todos los pueblos que habitan la tierra.
Los nazis convirtieron a los judíos en el origen de todos los males que había padecido la humanidad, responsabilizándoles y culpándoles de los crímenes más absurdos y absolutamente fantásticos. Los reaccionarios y totalitarismos de todas las épocas han enarbolado la bandera del antisemitismo. Los nazis realizaron demagógicas llamadas a “velar por la pureza de la sangre “y la defensa del Estado nacionalsocialista alemán, el “honor de los alemanes”. Aquellos ejecutaron decenas de miles de alemanes (no judíos) de luchadores y progresistas bajo el cargo de “traición a la patria”. Los nazis alemanes se proclamaron defensores del mundo frente al peligro judío concluyendo que era necesario eliminar físicamente a los judíos para salvar a la humanidad. El nazismo se auto otorgó la potestad de decidir quién tenía derecho a la vida y quién no. Seis millones de judíos fueron asesinados por el mero hecho de ser judíos.
Margarethe von Trotta ha dirigido recientemente (2012) el film sobre Hannah Arendt que actualmente se está proyectando en salas de cines europeos. La película se centra en el juicio de Adolf Eichmann, y la polémica suscitada por el libro de Arendt “Eichmann en Jerusalem”. En una escena clave, Arendt responde ante un auditorio lleno de sus estudiantes, insistiendo en que cualquier persona que quiera escribir sobre ese período de la historia tiene el deber de tratar de entender lo que hace la gente común en las herramientas del totalitarismo. [1]
Arendt consideraba que el proceso contra Eichmann se había realizado correctamente y los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente. Arendt designó como jurídicamente irrelevante la defensa de Eichmann afirmando que él había sido sólo una ruedecilla en el enorme engranaje del aparato burocrático. Fue ejecutado en justicia. Durante el nacionalsocialismo, todos los niveles de la sociedad oficial alemana y austríaca estuvieron implicados en los crímenes.
Todas las medidas antisemitas del régimen nazi que antecedieron al genocidio fueron aprobadas en referéndums y consentidas por el pueblo alemán. Se llegó a un punto sin retorno y los hechos no fueron realizados por “gánsteres, monstruos o sádicos furibundos, sino por los miembros más respetables de la honorable sociedad”. Afirma Hannah Arendt que a los que colaboraron y siguieron órdenes no debe preguntárseles “¿por qué obedeciste?”, sino “¿por qué colaboraste?”.
El controversial concepto de “banalidad del mal” fue acuñado por Arendt para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. Estos no se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La practica de actos “malvados”, la tortura y la ejecución de seres humanos inocentes” no son consideradas a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores, como –según H. Arendt-, Eichmann no era un “monstruo” o “pozo de maldad” o “dotado de una inmensa capacidad para la crueldad”, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.
Hoy la frase “la banalidad del mal” es utilizada con un significado universal para describir el comportamiento de algunos personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad y sin ninguna compasión para con otros seres humanos, para los que no se han encontrado traumas o cualquier desvío de la personalidad que justificaran sus actos. En resumen: eran “personas normales”, a pesar de los actos que cometieron.
- Arendt escribe en 1950 que“Alemania ha destruido el tejido moral del mundo occidental en un corto período gracias a crímenes que nadie pensaba posibles”[2],
y que Israel era un ejemplo impresionante de igualdad entre las personas. Más importante consideraba la Überlebensleidenschaft (pasión por la supervivencia) del pueblo judío, presente desde la antigüedad. [3]
La ideología y los crímenes de la Alemania nazi, culminación de la perversión humana
Todas las civilizaciones de la tierra han considerado –en algún momento de su historia- al resto como inferiores y han atribuido a sus ancestros un origen más elevado que el del resto de las naciones, y también han pensado que sus dirigentes han tenido un origen divino o semi-divino. Todas con una excepción: Israel.
Singularmente en el judaísmo todos los hombres tenemos el mismo origen, Adam y Java, lo que nos hace hermanos a todos los humanos lo que imposibilita que alguien crea tener, o se atribuya, un origen superior al del prójimo. El pueblo de Israel recuerda constantemente que fue esclavo en Egipto y liberado por el Eterno. Esta creencia es radicalmente antagónica con cualquier teoría racial, de las que en diversos grados han tenido los pueblos y naciones de la tierra.
Los líderes totalitarios han exigido que el estado o imperio sea homogéneo y no pueden aceptar que un pueblo pequeño (Am Israel), al que consideran débil, no se haya asimilado, por lo que sólo quedan dos “soluciones”, la primera: forzar la asimilación a través de diversos medios, pervertir con el sexo, como Bilam propuso a Balac, Inquisición, pogromos, dhimmitud en el Islam, y la segunda: la expulsión, como en 1492 en España y en otros lugares de Europa antes y después de esa fecha. En el caso de la Alemania nazi que aspiraba al completo domino mundial, la expulsión de los judíos a otros territorios a los que pensaban conquistar no “hubiera resuelto el problema” como afirmaron líderes nazis, por lo que se vieron en la “necesidad” de exterminar a los judíos.
Casi todos los pueblos han perpetrado crímenes en algunos momentos de su historia, los totalitarismos parten del principio que “el fin justifica los medios” pero el judaísmo no permite el crimen y rechaza que el fin justifique los medios.
Las leyes de todas las naciones y pueblos a lo largo de la historia han legitimizado sus leyes por convenio, por la autoridad emanada de una élite sacerdotal o real o gobernante o bien por el mismo pueblo, aceptando que sus leyes son cambiantes y variables.
El judaísmo afirma que todas las leyes de la Torá son trascendentales y que emanan del Eterno por lo que no son temporales ni sujetas a cambio por convenio humano: “La Torá jamás será cambiada”. El sexto mandamiento “no asesinarás” no está sujeto a cambios por conveniencia. El judaísmo tiene como máximo principio la sacralización de la vida humana. L´Jaim, “Por la vida” está en los genes del judaísmo.
Ningún líder totalitario, nazi o de otra ideología, tolera el crimen contra él o los suyos, pero esta interdicción desaparece cuando es hacia “el otro” al que previamente ha deshumanizado. En la Torá el mismo Cayin no es deshumanizado y al mismo condenado a muerte, -la pena capital era muy infrecuente-, se le debe respeto y está prohibido deshumanizarlo.
Para el hitlerismo, la historia de la humanidad no es más que la historia de los enfrentamientos raciales y las leyes históricas conducen inexorablemente a la victoria de la raza superior sobre las inferiores, a la aniquilación y desaparición de las razas inferiores. El judaísmo y el judío eran elementos completamente antagónicos con estos postulados. Para el judaísmo el comportamiento humano tiene que estar sujeto a la ética y bajo control de los valores morales impartidos en la Torá.
El nazismo, la ideología racista que consideraba que “la raza de los señores”, “la raza superior” tenía que dominar el mundo, rechazaba la moralidad y la conciencia, y la única manera de eliminar el mensaje es destruir al mensajero, Am Israel, más cuando éste (Am Israel) ha dado claras y persistentes señales de no querer dejar de ser el mensajero de los valores morales de la Torá y de la conciencia. El Führer Adolf Hitler (Iemaj Shemo Vezijró) dijo: “La providencia ha ordenado que yo sea el más grande liberador de la humanidad. Estoy liberando al hombre de las ataduras de una inteligencia que se ha hecho cargo, de las sucias y degradantes automortificaciones de una falsa visión llamada conciencia y moralidad, y de las demandas de una libertad y de una independencia personal que sólo unos pocos pueden tolerar”. “Los Diez Mandamientos han perdido su validez. La conciencia es una invención judía; es un defecto como la circuncisión”.
El nazismo odia el judaísmo y al judío por que se interfiere en su depravación moral y racismo. La teoría racial del nazismo penetró en los sindicatos, instituciones estatales y privadas, en los círculos científicos, artísticos, docentes de enseñanza media y superior y en todos los sectores de la vida social sin excepción en el corazón de Europa, Alemania y Austria y nazis de otros países. Toda esta gente repudiaba los valores de la Torá y el judaísmo, y odiaba mortalmente a aquellos que para ellos los encarnaban, los judíos.
El nazismo fue derrotado, el ser humano sin los valores de la Torá puede volver a perpetrar los mismos crímenes. Cuando el hombre y la sociedad se erigen en dios, una forma de idolatría, o niegan los valores eternos y trascendentes, ateísmo, otra forma de idolatría, el hombre y la sociedad pueden llegar a ser criminales, sin tener que haber sido un psicópata, gánster, monstruo o sádico furibundo como tantos centenares de miles y miles de alemanes durante el nazismo.
La ausencia de valores de la Torá ha llevado al hombre a la banalidad del mal.
El antídoto contra todo ello es la Torá.
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NOTAS
[1] http://en.wikipedia.org/wiki/Hannah_Arendt
http://www.youtube.com/watch?v=WTQNWgZVctM
http://en.wikipedia.org/wiki/Hannah_Arendt_(film)
[2] En el ensayo Besuch in Deutschland. Die Nachwirkungen des Naziregimes (1950: Visita en Alemania. Las consecuencias del régimen nazi) escribe de forma muy detallada sobre la situación en la posguerra. Alemania ha destruido el tejido moral del mundo occidental en un corto período gracias a crímenes que nadie pensaba posibles. Millones de personas de Europa Oriental afluían en masa hacia el país destruido.
«Se puede dudar de si la política de los Aliados de expulsar a todas las minorías alemanas de países no alemanes —como si no hubiese suficientes apátridas en el mundo— fue una acción inteligente; pero está fuera de duda que, para los pueblos europeos que sufrieron durante la Guerra la criminal política de población alemana, el simple hecho de imaginarse tener que convivir con alemanes en el mismo territorio no sólo genera rabia, sino horror.»
[3] Carta de Hannah Arendt a su amiga, la escritora norteamericana Mary McCarthy, en la que también expresaba su miedo de que el Holocausto pudiera repetirse. Considera que Israel es necesario como lugar de refugio y debido al incombustible antisemitismo. Arendt comenta que cualquier catástrofe verdadera en Israel le afecta más que casi cualquier otra cosa.
Hannah Arendt, Mary McCarthy: Im Vertrauen. Briefwechsel 1949-1975. Múnich 1997, pp. 365s. (oct. 1969)
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