Si caminando por los bosques aparece un arroyo justo en el instante en el que empezamos a sentir sed, lo llamaríamos milagro. Y si en una segunda caminata sintiésemos sed en el mismo sitio y volviese a aparecer el arroyo, nos daríamos cuenta de la coincidencia. Pero si ese arroyo estuviera allí siempre, lo daríamos por sentado y dejaríamos de notarlo. Sin embargo, ¿acaso no es eso todavía más milagroso? (Rabi I. Baal Shem Tov)
Al cobijarnos bajo las ramas fecundas de Tu Bishvat somos invitados a experimentar una vez más en nuestra propia piel que frente a la maravilla de la naturaleza lo único natural es el asombro permanente y genuino. Esta fascinación nos lleva a un profundo y verdadero amos a D´s, como nos enseña el Rambam (Leyes de los fundamentos de la Tora 2:2): “Cuando el hombre contempla Sus obras y creaciones grandiosas y maravillosas, vislumbrando por medio de ellas Su sabiduría inconmensurable e infinita, de inmediato Lo ama, Lo alaba y Lo glorifica, y es presa de un intenso anhelo por conocer ese gran Dios, como lo dijo David: “Mi alma está sedienta del Dios viviente” (Salmos 42:3).
Además, la observación de la belleza de la creación, nos da un sentido de responsabilidad que nos alienta a cuidar y perpetuar lo que nos ha sido dado, a fin de que quienes nos sucedan gocen de idéntica posibilidad de maravillarse frente a lo asombroso. Tal como dice el Midrash (Vaikra Raba): “Cuando lleguéis a la tierra plantareis toda clase de árboles frutales” (Vaikra 19:23). Dijo D´s al pueblo de Israel: Aun que la encontréis llena de todo lo bueno, no digáis “descansaremos y no plantaremos”, sino esmeraos en vuestras plantaciones. De la misma forma que encontraron plantaciones que otros las plantaron, así mismo debéis plantar para que desfruten vuestros hijos”.
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