Por el Rabino Ilan Rubinstein
“Te ruego que maldigas a esta gente porque es muy poderosa para mí. Quizá pueda lograr expulsarlos de la tierra porque sé que aquel a quien tú bendices, bendito es, y aquel a quien maldices, maldito es” (Bamidvar 22:6).
Después de pasar 40 años en el desierto, la nueva generación de hombres y mujeres está próxima a entrar a la tierra de Israel. En su viaje deberá pasar por lugares donde los enemigos planean, de una manera poco convencional, no dejarlos pasar. Nos cuenta la Torá que cuando Israel llegó a los límites del reinado de Moab, éste se atemorizó y mandó a buscar a Bilam, famoso brujo de aquellos tiempos, para que maldijera al pueblo de Israel.
Cabe preguntarse ¿Por qué Balak mandó a buscarlo para que maldijera a Israel? ¿No hubiera sido mejor pedirle que bendijera a su propio pueblo?
Un muchacho llega a la casa de su “Idishe Mame”(mamá judía) y le dice emocionado:
–¡Mamá, mamá! ¡Estoy enamorado! ¡Conocí a la mujer de mi vida! ¡Y me voy a casar con ella!
Y le advierte que, sólo para divertirse, trajo a tres chicas para que ella conozca a su novia.
La madre interroga:
–¿Tres chicas? ¿Vas a casarte con tres?
–¡No, mamá! Es un juego, te muestro las tres y tú tienes que adivinar de cuál estoy enamorado.
Suben las tres jóvenes, igualmente bellas y simpáticas, que conversan animadamente en el living de la casa. Al rato, el muchacho dice:
–Bueno, mamá, ya está. Tienes que decirme cuál es mi novia.
–Fácil: la que está sentada a la izquierda.
–¡Pero esto es asombroso! ¡Sí mamá, es ella! ¿Cómo te diste cuenta?
–Es la que no me gusta…
(Las buenas suegras no se lo tomen a pecho es sólo una broma)
Creo que la respuesta está en el mismo nombre de Bilam. Su nombre se puede leer según las letras hebreas también ‘Bli–am’, es decir, ‘sin pueblo. Bilam vivía solo, no pertenecía a ningún pueblo, ya que su trabajo era por esencia siniestro, maldecir a quien se le pidiera, y esto generaba únicamente enemigos, ¿cómo iba a vivir con alguien que quizá mañana debiera maldecir?
Este era su negocio, la gente paga más por maldecir a su enemigo y salvarse de él, que por recibir una bendición. El temor genera una desesperación por la cual la persona está dispuesta a pagar lo que sea con tal sacarse la amenaza de encima.
Independientemente de la efectividad que pudiera tener su maldición, esto nos muestra la oscura personalidad de un hombre que en vez de usar sus aptitudes para hacer el bien, las aprovechaba para mal, en lugar de ver lo bueno, prefería ver lo malo y quien así se comporta no es raro que, tarde o temprano, se quede solo como la simbólica y estereotipada suegra del cuento.
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