Por: Rabino Ilan Ariel Rubinstein. Todos los Derechos Reservados
“… Y no se dejarán mal influenciar por el corazón y lo que ven los ojos a través de los cuales se pervierten” (Bamidvar 15:39).
Al final de la parashá se menciona el precepto del tzitzit. Unos hilos blancos con un hilo color celeste que debemos usar como vestimenta y cada vez que los vemos debemos recordar nuestra misión de cumplir con los preceptos que D-os nos ordenó. El celeste nos recuerda el cielo y el cielo nos recuerda a D-os.
Pero a su vez nos advierten que no nos dejemos mal influenciar por el corazón y lo que ven nuestros ojos para pervertirnos detrás de ellos e ir en el camino erróneo. Rashí explica que el corazón y los ojos son las interfaces con el medio exterior, el ojo ve, el corazón desea y el cuerpo efectúa las tentaciones.
Rashí parece invertir el orden, ya que la Torá puso primero al corazón y luego a la visión.
¿Quién es quién? ¿Por quién está gobernada la naturaleza del hombre por los ojos o por el corazón?
Ruty llega a casa y encuentra a su mamá probándose un abrigo de mink nuevo.
–¿Qué te parece?, ¿cómo me queda?
–Mámele, ¡qué horror! ¿Tú te imaginas lo que ese pobre animal debe haber corrido, peleado, sudado y sufrido? Y todo eso ¿sólo para que tú pudieras tener esa piel?
–Oy vey, vey, un momento. ¿Por qué dices eso, Ruty? Además, no me parece que esas son maneras de expresarte de tu papá.
Rashí presenta el orden en que normalmente se da un proceso que nos puede llevar a cometer una falta: vemos, nos tentamos y el cuerpo ejecuta. Pero la Torá nos quiere enseñar que el corazón es más importante que la visión por dos motivos:
1) La interpretación que le damos a lo que vemos o escuchamos viene del corazón. Para una hija, en este caso, un animal es una bestia que camina en cuatro patas, pero para la mamá, un animal puede caminar sobre dos piernas y tener aspecto humano, en especial cuando uno está casado con él. La interpretación de lo que vemos está condicionada a nuestros antecedentes y experiencias de vida que generan los prejuicios y moldean nuestro universo interior.
2) “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Si el proverbio es correcto, también el contrario lo es: “No hay mejor observador que el que realmente quiere ver”. Si mi corazón quiere ver, entonces seguramente veré. Fue el corazón que le dio la orden al ojo.
La Torá nos llama a conocer nuestra propia naturaleza y estar conscientes de quién maneja a quién, que detrás de toda mirada inocente hay un maquinista que está moviendo esta interface. Los espías que hablaron mal de la tierra de Israel al principio de esta parashá utilizaron este mecanismo, los ojos sólo confirmaron lo que ya tenían en el corazón, los ojos sólo vieron lo que el corazón quería que vieran.
Debemos tener más cuidado de lo que queremos ver que de lo que realmente vemos.
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